Estudiante de Comunicación Social en la Universidad de Cartagena, y de Turismo e Idiomas en la Institución Universitaria Mayor de Cartagena. Escritor y amante de la literatura.
Desde los tiempos cerrados y silenciosos de la pandemia, muchas actividades han recobrado un valor en los colombianos jóvenes: tejer, pintar, dibujar, y por supuesto, leer. Las ventas de libros de manera ya sea física o digital ha despuntado los marcos de ventas y la literatura ha retomado aquel aire popular y bien visto de los años sesenta o setenta. Las ferias del libro en ciudades como Barranquilla o Santa Marta se han vuelto eventos de interés y celebridades modernas como los Streamers, Youtubers o Tiktokers, que incursionan de alguna u otra manera en el arte de las letras. Sin duda, leer está de moda.
A pesar de esto, en un mundo tan consumista como el actual, y en donde el aparentar es parte esencial de la rutina, las personas tienden a tener más libros comprados que leídos en sus bibliotecas personales. Si preguntas a muchas de las personas que compran libros a través de plataformas como Mercado libre o Buscalibre, cuántos de sus estanterías han completado, te sorprenderá saber que la mayoría no supera ni la mitad de lecturas. Sumado a eso, siguen comprando cuanta cantidad de títulos variados, logrando una abrumadora cifra de literatura virgen en sus casas. Los más agudos citarán a Umberto Eco en este caso y dirán que tienen una “anti biblioteca”, un espacio en el cual deciden que leer y se dejan asombrar por lo que haya, y sí, ciertamente, es un concepto válido, pero, ¿hasta qué punto se puede tener tantos libros sin leer?
En cuestión de ventas, no importa si el producto es usado o no, mientras la gente pague por ellos y no se denigre a la editorial, este fenómeno de compra y no lectura es el paraíso idílico de las empresas. Suman ventas sin tener que poner especial atención más allá de los diseños de portada o lo especial que sea la edición. Ahora hay menos críticos destinados a ver la traducción o la edición del material, y, por lo tanto, se genera un espacio de mediocridad en el mundo literario, que, de por sí, ya estaba al alza con la proliferación de libros de autoayuda y pseudociencias.
Los libros, a pesar de también ser objetos coleccionables, no son hechos específicamente para eso, o por lo menos no de primeras. Su razón de ser no se encuentra en amontonarse en la esquina de la habitación para ser alimento del comején, sino que yace en ser leídos, en despertar interés en los lectores y que impulse a reflexionar sobre lo narrado. Sea ficción o periodismo, el objetivo de un texto es exponer ideas o cuestiones, y que el mundo entero lo critique; que sea amado, odiado, venerado o despreciado. Pero cuando estos no se abren, cuando sus páginas nunca contemplan la cara crítica de su dueño, cuando solo son comprados por una portada llamativa y se ignora lo relevante que sea para el ocio u oficio, las letras que alberga, estos son dejados en el peor estado que puede tener algo en nuestras vidas; el de la indiferencia.